Cuando Noemí despertó de aquel corto sueño una palabra, en altas, invadía la penumbra de su habitación, como si flotara en un vacío suspendido entre sus párpados, aún cerrados, y el rígido foco. La sensación de haber soñado algo había desaparecido por completo, podía recordar las imágenes como si se tratase de un recuerdo, de fotografías que la noche anterior pudo apreciar en el viejo álbum de la cómoda, pero el cosquilleo en las pestañas, el sopor en la cabeza y la certeza de una existencia, era lo que Noemí no podía sentir al despertar.
DUDA. La palabra rondaba por su cabeza, dos tres cuatro vueltas en un compás de dos cuartos y sentía como esta se iba apoderando de cada uno de sus pensamientos subsecuentes. Si pensaba en el desayuno, duda, si pensaba en ir al trabajo, duda, si escribir, duda, si ser escritora, duda, si la mujer con la lavadora nueva-usada que mancha su ropa con la sangre de su mano, duda. Noemí había aprendido a dudar de lo más elemental. Todo lo que la rodeaba, incluso la propia construcción de su realidad, era un constante dudar de su permanencia y de su existencia, parecía que las cosas entre las que se movía eran trastocadas por unas pestañas aladas que, palpitando, trocaban el objeto por el mismo objeto, idéntico, sólo distinto a los ojos de Noemí.
Noemí dudaba de la existencia de sus sueños, apenas era conciente del despertar cuando estos se retiraban, totalmente, de sus ojos, como un largo velo negro y translúcido que es quitado de repente, pero en este dudar se encontraba la respuesta que tanto anhelaba: Noemí dudaba de que tuviese sueños, y en efecto los tenía, sólo que ellos desaparecían, en apariencia, de sus ojos al despertar para formar parte de la propia realidad que la rodeaba. Noemí no comprendía el maravilloso suceso del que era parte, ella, una escritora, una soñadora empedernida, era la vida misma del sueño, por eso dudaba.
Duda. Dudar en los sueños nos vuelve concientes del hecho de que estamos dormidos, de que lo que podemos apreciar a nuestro alrededor no es algo que en lo ordinario pudiésemos hacer, pero ¿como no era posible que Noemí pudiera percatarse que la vida que le había tocado vivir era el sueño de Calderón de la Barca?¿como era posible que ella no pudiera despertar de esta realidad trastocada en la que dudaba a cada instante? Ella no estaba dormida, porque simplemente no estaba, su vida cotidiana se había amalgamado a la perfección con sus deseos oníricos. No necesitaba comprar un gran gato de porcelana, ni soñar con el amor que no viene; su felicidad radicaba en la misma imposibilidad de poder llevar a cabo estos sucesos, sucesos que destinaba a sus infelices personajes que sólo a través del sueño encontraban consuelo. Cuando ella era la que en realidad vivía soñando, como quien mira dentro de una lavadora de ciclos y puede apreciar las fauces abiertas del deseo. Duda.
DUDA. La palabra rondaba por su cabeza, dos tres cuatro vueltas en un compás de dos cuartos y sentía como esta se iba apoderando de cada uno de sus pensamientos subsecuentes. Si pensaba en el desayuno, duda, si pensaba en ir al trabajo, duda, si escribir, duda, si ser escritora, duda, si la mujer con la lavadora nueva-usada que mancha su ropa con la sangre de su mano, duda. Noemí había aprendido a dudar de lo más elemental. Todo lo que la rodeaba, incluso la propia construcción de su realidad, era un constante dudar de su permanencia y de su existencia, parecía que las cosas entre las que se movía eran trastocadas por unas pestañas aladas que, palpitando, trocaban el objeto por el mismo objeto, idéntico, sólo distinto a los ojos de Noemí.
Noemí dudaba de la existencia de sus sueños, apenas era conciente del despertar cuando estos se retiraban, totalmente, de sus ojos, como un largo velo negro y translúcido que es quitado de repente, pero en este dudar se encontraba la respuesta que tanto anhelaba: Noemí dudaba de que tuviese sueños, y en efecto los tenía, sólo que ellos desaparecían, en apariencia, de sus ojos al despertar para formar parte de la propia realidad que la rodeaba. Noemí no comprendía el maravilloso suceso del que era parte, ella, una escritora, una soñadora empedernida, era la vida misma del sueño, por eso dudaba.
Duda. Dudar en los sueños nos vuelve concientes del hecho de que estamos dormidos, de que lo que podemos apreciar a nuestro alrededor no es algo que en lo ordinario pudiésemos hacer, pero ¿como no era posible que Noemí pudiera percatarse que la vida que le había tocado vivir era el sueño de Calderón de la Barca?¿como era posible que ella no pudiera despertar de esta realidad trastocada en la que dudaba a cada instante? Ella no estaba dormida, porque simplemente no estaba, su vida cotidiana se había amalgamado a la perfección con sus deseos oníricos. No necesitaba comprar un gran gato de porcelana, ni soñar con el amor que no viene; su felicidad radicaba en la misma imposibilidad de poder llevar a cabo estos sucesos, sucesos que destinaba a sus infelices personajes que sólo a través del sueño encontraban consuelo. Cuando ella era la que en realidad vivía soñando, como quien mira dentro de una lavadora de ciclos y puede apreciar las fauces abiertas del deseo. Duda.
2 comentarios:
Precisamente en la clase de hoy, el maestro leyó un fragmento de Diario de un sinvergüenza, donde el protagonista una noche descubre que sus manos fueron cambiadas por las de otra persona mientras dormía, al leer tu ensayo volví a recordarlo, creo que tengo que leerlo completo.
P.D.
La musica del evento estuvo excelente, gracias por la invitación.
Si, ese libro de Noemí es bueno, y debo decirte que pensaba que no lo hiba a ser, no se (prejuicios) pero leyéndolo bota a miles de posibilidades y este texto es una pequeña muestra, espero tengas la oportunidad de leer el libro de ella, porque creo que en cuestión de sueños, de lo que me comentas de tu clase, es muy enriquecedor.
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